Fechas Especiales - Dec 06, 2022
Cuenta una leyenda de El Panecillo, que había en Quito una mujer que diariamente llevaba su vaca a pastar al Panecillo. Allí pasaba siempre porque no tenía un potrero donde llevarla. Un buen día, mientras recogía un poco de leña, dejó a la vaquita cerca de la olla. A su regreso ya no la encontró. Llena de susto, se puso a buscarla por los alrededores.
Pasaron algunas horas y la vaquita no apareció. En su afán por encontrarla, bajó hasta el fondo de la misma olla y su sorpresa fue muy grande cuando llegó a la entrada de un inmenso palacio. Cuando pudo recuperarse de su asombro, miró que en un lujoso trono estaba sentada una bella princesa.
Al ver allí a la humilde señora, la princesa sonriendo preguntó:
-¿Cuál es el motivo de tu visita?
– ¡He perdido a mi vaca! Y si no la encuentro quedaré en la mayor miseria, contestó la mujer sollozando.
La princesa, para calmar el sufrimiento de la señora, le regaló una mazorca y un ladrillo de oro. También la consoló asegurándole que su querida vaquita estaba sana y salva.
La mujer agradeció a la princesa y salió contenta. Cuando llegó a la puerta, ¡tuvo la gran sorpresa!
-¡Ahí está mi vaca!
La mujer y el animalito regresaron a su casa.
La olla del Panecillo, no tiene un origen antiguo que lo vincule con los Incas o peor aún con asentamientos más antiguos, no fue un observatorio ni mucho menos un centro ritual…
Su construcción es de ladrillo cocido, argamasa, cal y canto, materiales introducidos por los españoles luego de la conquista; siendo de uso funcional, captaba el agua lluvia y la almacenaba en su interior para el cuartel español que acampaba en la colina Yavirac ante las constantes insurrecciones del pueblo quiteño.
Fuente: Ecuador EC